SOBRE LA ORFANDAD POLÍTICA DEL ECOLOGISMO


Artículo publicado el  9 de junio de 2024 en el blog de David Hammerstein.  

Lo subrayado en negrita es propio de esta web. Dada la extensión del artículo, trata de facilitar su lectura.

De Mara Cabrejas ya hemos publicado un largo artículo en dos partes (parte 1, parte 2) con un duro y certero en nuestra opinión análisis sobre la Contrarreforma Medioambiental Europea, actualmente en marcha y revalidada por los resultados de las elecciones europeas de este pasado fin de semana. En este artículo se amplía el rádar para detectar las gravísimas insuficiencias de la izquierda política con representación parlamentaria en nuestro país. La sensación de orfandad del ecologismo crítico, el de este blog y el del grupo de Ecologistas Indignadas, en el que se integra, es cierta y manifiesta. Por desgracia, el ecologismo institucionalizado está entrando cada vez con más ganas y apoyo financiero en lo que aquí se denuncia. Como "ecologistas pesimistas" creemos que hay que ir más allá de lo que se dice y defiende en este artículo, y cuestionar radicalmente el sistema causante de todo esto, incluido un sistema democrático constreñido y controlado por sus propias redes de poder mediático.  Aunque las calles estén vacías, son la otra pata de estrategias dualistas que podrían movilizar a esa izquierda temerosa de programas melifluos, raquíticos y miedosos. El debate está servido.


 Mara Cabrejas

ovejascabrejas@gmail.com
 
La "transición energética" contra la transición ecológica
 
Sobre el fracaso anunciado de la minúscula agenda verde de la izquierda: "la transición energética" renovable para la producción de electricidad y alcanzar la neutralidad climática” de las emisiones de CO2 en las próximas décadas.
 
Personas como Emilio Santiago, miembro destacado del partido Más Madrid, repiten un mensaje político que viene a decir que “la verdad ya no es revolucionaria”, cuando señalan que resulta "desmovilizadora"“contraproducente” la difusión de informaciones de mayor rigor científico sobre nuestro mundo biofísico, relativas a la descomunal gravedad de los problemas ecosistémicos. Entienden que el "pesimismo" asociado a los datos sobre los crecientes daños medioambientales bloquea los potenciales horizontes políticos de la agenda verde, abiertos en la historia y no sometidos a un determinismo biofísico y material. 
 
Sin embargo, resulta muy dudosa y contrafáctica esta idea habitual de que la difusión de los datos alarmantes sobre la acelerada degradación medioambiental es desmovilizadora y paralizante, y por ello perjudicial para el avance de la agenda verde. Esta hipótesis responde más bien a contextos sociales particulares, en los que la difusión de los datos "negativos" no se acompaña de una agenda política propositiva creíble y con fuerte amparo institucional, que ponga en valor las metas concretas de los cambios verdes, viables y necesarios. La historia humana y nuestro psiquismo muestran una y otra vez la fuerza inmensa que tienen la tragedia, las pérdidas y el dolor a la hora de tejer resistencias y luchas motivadas por nuevas aspiraciones y metas de reconstrucción. Lo que a todas luces resulta paralizante y suicida es la actual alegría festiva en torno a las anacrónicas recetas de modernización tecnológica, que se han vuelto tan perniciosas y son el corazón del problema. La continuidad del imperio productivista y el crecimiento material reduce cada vez más las oportunidades para un plan B menos lúgubre, que quiera tejer las paces con el planeta.
 
Para estas posiciones de la izquierda política la prioridad está en formar mayorías y consolidar ideas hegemónicas sobre el denominador común más bajo (la llamada “transición energética”). Sin embargo, en realidad esta estrategia verde solo apuesta por el fomento de un mini sub-sistema energético: las renovables para la producción de electricidad. Es decir, la agenda climática de la izquierda, en sus diferentes tonalidades ideológicas, ignora los cambios que han de darse con urgencia respecto al resto de sistemas naturales que constituyen el soporte vital necesario para la organización social humana, no solo para la salud de los equilibrios ecológicos y climáticos. 
 
¿Pero cómo se pueden alcanzar unos amplios consensos hegemónicos sobre lo que solo es una minúscula agenda de cambio verde, si además se renuncia en la práctica, tal y como se evidencia día tras día, a una agencia política activa de denuncias, propuestas y debate público, cultural, político e institucional, sobre el resto de problemas estructurales ecosociales? Este atolladero convierte estas posiciones políticas en un abracadabra muy ideológico por su clamorosa falta de coherencia en el análisis y su gran inconsistencia empírica.
 
Entonces, ¿solo han de hacerse las políticas verdes cuando haya una mayoría política que las acepte? 
 
¿La izquierda que se dice verde ha de callar ante todas contrarreformas medioambientales en curso y ante los ataques negacionistas de la derecha y la extrema derecha, renunciando a la defensa pública y al debate sobre las políticas medioambientales concretas en el aquí y el ahora?
 
¿Dónde queda entonces la urgencia de afrontar las crisis entrelazadas de la biodiversidad, las pérdidas de las tierras fértiles, el agua, los tóxicos, la industria cárnica, la industria fosilista, el extractivismo en general, que demandan la reducción imperiosa de los consumos de materiales, algo que en nada resulta compatible con la estrategia política de priorizar el ganar mayorías políticas? ¿Quienes serán los portavoces de estas realidades, seres y condiciones biomateriales en acelerada caída cuesta abajo, a pesar de ser pilares inevitables de nuestro sustento, bienestar y porvenir?
 
Hasta hoy, tristemente los partidos de la izquierda confunden y suplantan la "transición ecológica” por la "transición energética eléctrica" de las renovables. Con ello se niegan a responder ante la gravedad de nuestro universo ecológico intensamente deteriorado. Alimentan la fantasía de que pueden darse unas condiciones "win-win”, en la que todos pueden ganar mediante la reducida agenda de renovables en favor del clima, a la vez que renuncian al cuestionamiento de la adictiva y fósil economía material y los estilos de vida mayoritarios enganchados al crecentismo y al consumismo.  
 
¿Pero acaso es posible hacer la nueva tortilla climática verde sin romper los huevos del sobreconsumo desaforado de bienes biológicos y materiales finitos, sometidos al extincionismo y crónicamente más escasos, esquilmados y contaminados? 
 
Este mágico abracadabra en manos de la izquierda que da prioridad a la crisis climática y a la pequeña agenda energética de las renovables, en lo más fundamental se desentiende de la escala, intensidad y aceleración temporal de la destrucción entrópica biofísica, en gran parte irreversible.
 
Mejor sería tomar buena nota sobre nuestra actual condición colectiva y sobre nuestras oportunidades y urgencias factibles, puesto que desde nuestro presente ya no podemos ni frenar ni invertir los grandes males climáticos desatados. En el mejor de los casos solo podríamos adaptarnos y mitigarlos en el largo plazo. Ya llegamos demasiado tarde en el tiempo para dar prioridad a esta agenda minimalista de mejora climática para las próximas décadas.
 
En cambio, desde el presente, sí podríamos llegar a tiempo para detener y aliviar muchos males ambientales mediante la puesta en marcha de un ambicioso programa de “conservar, conservar, conservar”, que a la vez estableciera direcciones prohibidas para la economía más tóxica y dañina. Más viable e imprescindible es frenar en las próximas décadas el rápido deterioro de los ecosistemas esenciales para la vida y su florecimiento, que priorizar la marginal e insuficiente “transición energética a las renovables” para reducir las emisiones de CO2 y alcanzar la engañosa meta contable de la “neutralidad climática" en el 2050. Conservar y renaturalizar es eje irrenunciable del gran giro hacia la sostenibilidad socioecológica, tal y como señalaba en la pasada década de los setenta el padre de la economía ecológica Georgescu Roegen.
 
Hablar de la gravedad de la policrisis ecológica con datos en mano es considerado "contraproducente" por nuestra izquierda política porque, dicen, que las respuestas acordes exigirían unas políticas decrecentistas para unos votantes nada preparados para aceptarlas. Esto es, como "las verdades incómodas son aguafiestas políticamente inconvenientes”, en consecuencia hay que esconderlas. Esta gran irresponsabilidad de los brazos caídos de la izquierda abandona y da por perdidos casi todos los debates culturales y políticos sobre muchísimas problemáticas socioecológicas que nos acechan (pesticidas, nitratos, plásticos, ríos, regadíos, agua, minería, carne, tóxicos, movilidad fósil, biodiversidad, y un largo etcétera), salvo en casos muy puntuales, acotados y excepcionales, en los que se sacan algunas banderas verdes, como ahora en Doñana o el Mar Menor.
 
De esta manera, la transición ecológica pendiente en boca de la izquierda política y en su agencia práctica institucional y parlamentaria, se reduce diariamente a los escuálidos objetivos de "la transición energética” de las renovables para la producción de electricidad, y a un más de lo mismo en la carrera de la modernización y el abismo. La meta de la proclamada “transición energética” tan solo es aumentar la pequeña cuota de la electricidad renovable dentro del mix eléctrico. Esta transición eléctrica supone menos del 10% de la producción de energía al tiempo que la realidad de la “descarbonización" apenas existe, y en modo alguno podrá existir por una vía política voluntaria si seguimos cómo vamos en las próximas décadas.  
 
En el 2022, la parte de la energía primaria global consumida correspondiente a la energía solar, nuclear, eólica, biomasa e hidroeléctrica, tan sólo representaba el 7%. La energía nuclear solo era el 1.6%, la solar era el 0.8% y la eólica el 1.2%. Y así seguimos. Hoy tan sólo el 9% del transporte global es eléctrico. En el 2050, según la Agencia Internacional de la Energía sólo será el 11% y el resto del 78% seguirán viniendo de la quema de los combustibles fósiles escasos y contaminantes (petróleo, gas y carbón). 
 
Es decir, las alegres promesas de la prosperidad “sostenible" mediante "la electrificación renovable" tienen los pies de barro. Se trata de ilusiones y consensos tecno-optimistas que, en el mejor de los casos, solo pueden ayudar a alargar algo más los plazos de la agónica economía cancerígena que vertebra el conjunto social. Esta tiene los días contados puesto que nos empuja cada vez más al desmoronamiento traumático del orden social de nuestras sociedades sobreconsumidoras, causado por el deterioro de los bienes ecológicos que necesitan para continuar y por la hecatombe de los ecosistemas y la biodiversidad.  
 
En suma, al renunciar al discurso político diario, transversal y concreto, que haga defensa de las aspiraciones del bienestar y la equidad ancladas en los giros radicales de la suficiencia (no en el imaginario crecentista de la abundancia, ya imposible en un planeta materialmente finito, saqueado y exhausto) no pueden darse respuestas mínimamente realistas y eficaces, ni climáticas, ni ecológicas, ni sociales. Con esta retirada de la batalla ecológica en el terreno político, legal, cultural e institucional, la izquierda política entrega una fácil victoria a las ofensivas anti-verdes y la contrarreforma medioambiental de la derecha y la extrema derecha.
 
Son muy desafortunados los ataques y las polarizaciones arbitrarias que etiquetan peyorativamente a una parte del ecologismo como “colapsistas” anti-políticos, a pesar de que hacen algo tan necesario como es la lucha cultural en verde contra las terribles consecuencias ecosociales del desarrollismo crecentista y sus destrozos sobre la biodiversidad, el territorio, el agua, el clima, la salud humana, etc. Además de carecer de sentido de realismo y oportunidad, las acusaciones a los “colapsistas" de reduccionismo y determinismo resultan más lamentables cuando, precisamente, se trata de aguerridos ecologistas que no renuncian a la crítica cultural y social fundada en la complejidad de nuestro mundo socionatural para escapar del anunciado naufragio y la catástrofe colectiva. Estos ecologistas “pesimistas” que no esconden los datos y la gravedad sobre los desastres socioecológicos nunca han abandonado las trincheras.
 

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