Ecosocialismo: la necesidad de una alternativa revolucionaria


Artículo publicado el 17 agosto 2021 en Viento Sur.

Lo subrayado en negrita es propio de esta web. 

Como señalan los autores, "no es posible llamarse a engaño: es necesaria una ruptura, una transformación profunda y sostenible de todo el marco social, económico y cultural", para luego centrarse en el ecosocialismo y su responsabilidad de "constituirse como proyecto emancipador capaz de aparecer como alternativa en esos momentos". Por eso "el proyecto político del ecologismo no puede ser otro que un proyecto revolucionario." Y para ello, nos dicen los autores, hay que construir horizontes -extramuros adjetivaríamos nosotras- perfilados por la redistribución, los cuidados de la vida y la "liberación de tiempo libre", y luego organizar las luchas "con flexibilidad táctica y con claridad estratégica" teniéndolos siempre presentes para permitir en todo momento soñar y  "vislumbrar un futuro radicalmente diferente y profundamente deseable"


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La crisis marca el escenario político, social, económico y también cultural de toda una generación. En un mar de incertidumbre, la única certeza es que no habrá una vuelta a aquellos años gloriosos del pasado. La precariedad y la inseguridad sobre el futuro son una constante que parece haber llegado para quedarse. La crisis ecológica aparece entretejida en este panorama, confirmando que el mundo sobre el que vivimos ya no es aquel en el que creíamos vivir. Confirmando que la degradación ecológica es ya lo suficientemente profunda como para que resulte imposible continuar mirando para otro lado, y que lo altamente improbable está a punto de volverse cotidiano.

El innegable aumento de la temperatura y la aparición de fenómenos climáticos extremos, cada vez más frecuentes, hacen que la percepción del cambio climático sea inmediata y empiece a generalizarse. Es este hecho objetivo el que, entre otras cosas, facilita la entrada del ecologismo en la vía de la movilización masiva, con especial protagonismo de sectores juveniles. El trabajo de décadas condensa y da un salto de escala en los últimos años. La política toma conciencia de la relevancia del ecologismo, y el ecologismo aborda la política. Se desencadena una nueva fase en la que las reivindicaciones del ecologismo se aproximan a la centralidad política, particularmente en el caso de la emergencia climática. La política verde aparece como un campo de batalla para todos los partidos políticos, todos los grupos se encuentran obligados a tomar una posición, y el debate ecológico adquiere una visibilidad a la que antes difícilmente podíamos aspirar.

Pero acercarnos a la situación con claridad implica asumir la dimensión de la crisis. No es una coyuntura, ni una crisis sectorial limitada a lo verde. El escenario ecológico es una amenaza que va estrechamente vinculada con el crecimiento económico. Cada fractura metabólica (declive energético, fertilidad de suelos, agotamiento de recursos) es parte de una saturación de los límites ecológicos del planeta a la que el capitalismo simplemente no puede enfrentarse. La dinámica del capital es la reproducción ampliada, mientras que la necesidad imperiosa para abordar esta crisis es reducir la esfera económica. No es posible llamarse a engaño: es necesaria una ruptura, una transformación profunda y sostenible de todo el marco social, económico y cultural.

Por supuesto, una transformación de este orden no es meramente una revolución puntual; en realidad, bien entendida, ninguna revolución es un fenómeno puntual. Para decirlo de manera provocadora: la toma del Palacio de Invierno fue lo de menos. Lo central es la acumulación de fuerzas en torno a una nueva sociedad, a la posibilidad de otro mundo, que se da en los años y décadas anteriores. De la misma manera, la construcción de nuevos imaginarios y de alternativas en cada conflicto es el polo central sobre el que alcanzar un nuevo consenso social que soporte la transformación.

La polarización que se produce en los momentos de crisis profunda es el caldo de cultivo en el que surgen quiebros históricos en los que las sociedades toman un nuevo rumbo. El ecosocialismo tiene la responsabilidad de constituirse como proyecto emancipador capaz de aparecer como alternativa en esos momentos. El proyecto político del ecologismo no puede ser otro que un proyecto revolucionario.

Conceptualización sobre la crisis ecológica

Nos parece importante detenernos inicialmente para clarificar cuál es nuestra comprensión de los escenarios de degradación ecológica masiva que tenemos por delante. Obviamente, no está en nuestra mano elegir el proceso que más nos convenga. Pero sí que consideramos que dentro de una situación objetiva marcada por criterios biofísicos, existen diferentes interpretaciones acerca de esta degradación y acerca de la posición de los procesos políticos y sociales en ella, que es lo que nos interesa.

1. Consideramos que la situación a la que nos referimos genéricamente como crisis ecológica se puede concebir como una sucesión de crisis múltiples, sucesivas y enlazadas. Esto pretende diferenciarse de una comprensión lineal que culmina en un momento catastrófico en el que se certifica que ocurrió lo peor, lo cual se corresponde con la imagen que proyectan ciertas posiciones colapsistas, pero que también alimenta argumentos reformistas.

2. Cada una de estas crisis se mostrará bajo unas características específicas, que muchas veces se estructuran en torno a cuestiones que aparecen alejadas de las causas ecológicas de fondo. Esto determina que cada crisis deberá abordarse bajo unos parámetros propios, que en la mayoría de los casos estarán fuertemente entrelazados con la situación social, política y territorial.

3. En cada una de estas crisis se abren posibilidades de ruptura y los procesos de lucha colectiva que ahí se desarrollen tendrán una influencia sobre nuestra capacidad de abordar la siguiente crisis. Nuestra comprensión es la de un escenario acumulativo, en el que será el trabajo político y social de cada fase lo que determine la capacidad de una reorganización de nuestro mundo. Justamente, es la acumulación de procesos en los que amplias mayorías populares entran en conflicto lo que permite un aprendizaje y una explicación de los fenómenos globales que posibilita avanzar en la construcción de una alternativa.

4. Consideramos que en ningún caso este proceso de degradación ecológica masiva y escasez de recursos establece escenarios en los que se acaben las posibilidades de una práctica política emancipadora y de justicia social. Sea lo grave que sea, alcance la violencia que alcance, la posibilidad y la obligación de llevar a cabo una lucha colectiva para mejorar las condiciones de vida de las clases desposeídas seguirá vigente.

Si la crisis ecológica es un cuadro del Bosco, nos vamos a ir enfrentando a ella cuadrícula a cuadrícula

Esta conceptualización del reto al que nos enfrentamos nos permite realizar una afirmación importante. Si bien la situación global de crisis civilizatoria a la que nos enfrentamos no tiene paralelismo alguno en la historia de la humanidad, la forma concreta que toman cada una de esas crisis, sucesivas y enlazadas, sí que tendrá resonancias en algunos procesos políticos históricos, de los que podemos extraer aprendizajes. Si la crisis ecológica es un cuadro del Bosco, nos vamos a ir enfrentando a ella cuadrícula a cuadrícula. El tiempo de la política revolucionaria no se ha acabado para dar paso a otra cosa diferente, sino que no ha hecho más que intensificarse y aumentar la premura.

Escenarios de respuesta popular a las crisis

Una de las consecuencias más claras que se derivan de la crisis ecológica es su capacidad de catalizar, impulsar y prender la mecha de episodios de conflictividad social. Bajo los golpes de este martillo, las explosiones sociales son probables o seguras. Sin embargo, para que tenga lugar una situación revolucionaria con posibilidades de éxito, necesitamos algo más que estos estallidos, necesitamos una construcción política consciente del sujeto popular que actúe de forma decidida en los momentos de ruptura.

La forma probable que tomen algunas de las múltiples crisis desencadenadas por la degradación ecológica es la de crisis orgánica, en la que se apunta al fracaso del poder existente. Esto pasa por una pérdida de legitimidad y por una separación entre las aspiraciones de amplias capas de la población y la actuación del Estado. Tanto una mala respuesta ante las consecuencias de eventos climáticos extremos o una gestión profundamente injusta de situaciones de escasez de recursos, como despidos masivos o el desmantelamiento de servicios públicos, son elementos vinculados a la crisis ecológica que pueden ser la chispa que provoque una crisis orgánica. La realidad social de la que partimos, atomizada, desgarrada y cada vez más atravesada por desigualdades, empuja a pensar que la forma en la que se desarrollen estas crisis orgánicas será la de la revuelta. Estallidos masivos espontáneos, sin un horizonte político definido y no dotados de estructuras intermedias que vayan más allá de lo necesario para movilizarse o abordar los retos inmediatos. La revuelta ensaya formas de antagonismo, y debilita al Estado, pero este no llega a quebrarse. Se expresa tanta fuerza social como debilidad política.

Por eso, la estrategia ecosocialista debe ser capaz de responder a la pregunta de cómo convertir la forma-revuelta y las crisis orgánicas que se van a suceder e intensificar bajo la crisis ecológica en crisis revolucionarias, en las que grandes masas actúen de forma consciente en confrontación con el poder existente y hacia una construcción de poder popular propio. Sin este factor, las revueltas fracasan o se convierten en contrarrevoluciones violentas. En este sentido, no podemos esperar el surgimiento espontáneo de experiencias masivas de autoorganización, control popular y autogestión si no se ha tenido un aprendizaje previo. Es necesaria una acumulación de experiencias, una maduración de las fuerzas, en la que se haya ido conquistando legitimidad, así como funciones sociales cotidianas que afirmen una autoridad social alternativa a la del poder actualmente existente. Esto es algo que gana especial relevancia bajo la crisis ecológica, pues es probable que cada vez se haga más visible cómo la actuación capitalista agrava todavía más las consecuencias injustas de la crisis, junto a la crisis misma, y cómo la capacidad del Estado para corregir estas dinámicas se encuentre cada vez más debilitada. Por estos motivos, estas son las tareas estratégicas que se deben situar en el centro de nuestra agenda ecosocialista. Impulsar y fortalecer cada conflicto, acumular cuadros insertos en las capas populares capaces de moverse ágilmente en tiempos disruptivos, y construir los procesos colectivos que sean semilla del poder popular que deberá mostrarse con la capacidad de transformar profundamente nuestra sociedad.

Sobre la cuestión del Estado

La cuestión del Estado sobrevuela todas estas reflexiones estratégicas. Con la crisis ecológica y la emergencia climática sobre nuestras cabezas, se hace todavía más urgente aclarar nuestras comprensiones al respecto.

Empecemos por el Estado capitalista realmente existente. Algunas comprensiones que han sido mayoritarias en la izquierda durante las últimas décadas conciben al Estado como un espacio mixto en el que cristaliza la relación de fuerzas de la lucha de clases, y por tanto un conjunto de aparatos en cierto modo neutros que pueden ser ocupados y utilizados para cualquier fin deseado. Por nuestra parte, consideramos que esto no puede ser entendido así, y mucho menos para resolver la crisis ecológica. En el neoliberalismo, las tendencias del Estado a favorecer la acumulación de capital se disparan y tienden a fagocitar la dimensión social, debilitando el rol distributivo que en algunas partes del mundo, particularmente en Europa occidental, llamábamos Estado de bienestar. De esta forma, se parte de un cuerpo administrativo, burocrático y de trabajadoras debilitado, raquítico en algunos casos, en las áreas que más nos interesan a la hora de la transición ecosocial. Asimismo, todo un entramado de tratados de libre comercio, pactos de estabilidad y deudas con los mercados financieros limita de forma clara el terreno efectivamente transitable por una política pública estatal. Nuestra visión aquí es que desde los aparatos del Estado capitalista actual no se van a poder llevar a cabo las profundas transformaciones necesarias para abordar la crisis ecológica. En muchos casos, ni siquiera haría falta una contrarrevolución capitalista que lo impida, pues el laberinto de trampas está ya inserto en la actividad gubernamental, legislativa, regulatoria y financiera. Creemos que es necesario partir con claridad estratégica a este respecto.

El laberinto de trampas está ya inserto en la actividad gubernamental, legislativa, regulatoria y financiera

Esto no quiere decir que la apuesta ecosocialista deba dar la espalda al Estado, sino más bien no depositar en él aspiraciones que sabemos de antemano que no van a ser correspondidas, y actuar en consecuencia. Un gobierno de izquierdas con un programa político de ruptura puede ser capaz de impulsar desarrollos y abrir posibilidades que no son tan accesibles únicamente desde la movilización social. Puede ser palanca. Pero, justamente porque no es capaz de ir contra la tendencia a la acumulación de capital, su consecución en ningún caso puede debilitar la organización popular autónoma, que es la única capaz de llevar a cabo la superación del poder capitalista y la construcción de un orden ecosocialista. Un gobierno de estas características deberá impulsar avances y conquistas materiales en favor de la mayoría social, así como debilitar lo máximo posible al poder económico mediante medidas de socialización y autogestión de los sectores estratégicos. Al mismo tiempo, desde fuera de la institución, se debe organizar un impulso popular que logre la máxima autoorganización y empoderamiento del movimiento social. Será eso lo que determine cuánto será posible tensionar al Estado para dar algunos primeros pasos de la transición ecosocial. Será esa fortaleza del movimiento popular autónomo y organizado lo que permita convertir las crisis orgánicas en crisis revolucionarias; lo que permita llegar a una acumulación de experiencias y legitimidad suficiente como para tener posibilidades de llevar a cabo la ruptura con el poder capitalista. Pues es justamente cuando las capacidades del viejo aparato estatal se muestran paralizadas, dislocadas e incapaces de cumplir su función cuando emerge la legitimidad social de las estructuras e instituciones autónomas con las que las clases populares responden de forma democrática a las tareas y necesidades cotidianas, asentando su autoridad social.

Los pasos para la construcción del sujeto y de la conciencia

La acumulación de experiencias y la maduración de fuerzas de las clases populares a partir de conflictos concretos son pasos obligatorios en este proceso, no nos los podemos saltar. La función que tienen que cumplir estos pasos es triple. En primer lugar, la formación de un sujeto político, que se reconozca como tal y tenga conciencia de su potencialidad a través de la organización. En segundo lugar, la comprensión por amplias capas de la población de la magnitud y profundidad de la crisis ecológica, así como el convencimiento de la necesidad de ruptura con el orden económico existente para afrontarla. En tercer lugar, la toma de conciencia de que este sujeto popular es el único que puede llevar a cabo dicha ruptura y la construcción de un orden social emancipador que aborde de forma justa las diversas crisis. A este último punto se le añade un apéndice, que es la necesidad de una toma de conciencia sobre la posibilidad real de llevar a cabo esa ruptura y esas transformaciones. Lo cual no es precisamente un aspecto menor, sino que adquiere especial relevancia para el momento político e histórico en el que nos encontramos, donde el horizonte revolucionario parece haberse quedado como un fútil recuerdo del siglo XX.

La velocidad y firmeza con la que seamos capaces de recorrer esos pasos será una combinación del esfuerzo consciente y de la intensificación de las crisis múltiples y enlazadas. En cualquier caso, las décadas de gran incertidumbre e inestabilidad en las que nos adentramos nos pueden llevar a pensar que un proceso aparentemente lento puede darse de forma mucho más rápida de lo esperada. Identificamos dos ámbitos en los que estos conflictos pueden desarrollarse con mayor crudeza y propiciar la maduración de fuerzas que mencionamos. Por un lado, las múltiples fracturas que subyacen a lo que se ha venido a llamar como conflicto capital-vida. Por otro lado, el ámbito del trabajo, especialmente en aquellos sectores especialmente vinculados con los ejes de la transición ecológica.

Sobre la primera cuestión, a medida que nos adentramos en estas crisis, vamos a ver cómo se acentúa el conflicto capital-vida. La incapacidad del capitalismo de obtener las tasas de ganancia a las que estaba acostumbrado y la limitación de la esfera financiera para funcionar de forma totalmente autónoma de la esfera de la economía real provocan que el capital se adentre en los lugares a los que antes no estaba llegando. La mercantilización, privatización y procesos de acumulación por desposesión son muestra de ello. La imposibilidad de acceder a una vivienda, la decadencia de los servicios públicos, la entrada de fondos de inversión en sectores como el energético o el agrícola y el acaparamiento de tierras fértiles por parte de grandes fortunas son algunos ejemplos de la forma en la que esto se concreta. Todo ello hace que se acentúe la experiencia del daño que produce el capital, y en la traducción política de ese dolor reside la posibilidad de otro mundo. Los procesos de organización y conflicto que hagan frente a cada una de estas fracturas son fundamentales para la maduración de fuerzas.

El trabajo aparece como eje sobre el que amplias mayorías van a sentir los efectos de la crisis climática en su vida diaria

Sobre la segunda cuestión, el trabajo aparece como eje sobre el que amplias mayorías van a sentir los efectos de la crisis climática en su vida diaria. Esto no se limita al empleo asalariado, sino que tiene su contraparte también en los trabajos reproductivos. Es fácil imaginar cómo momentos de escasez de recursos pueden hacer que el requerimiento de estos trabajos aumente y, si no están distribuidos socialmente, supongan una mayor opresión sobre las mujeres. Por su parte, vamos a experimentar fuertes contusiones en el empleo asalariado, con grandes cierres y despidos masivos en aquellos sectores más vinculados a la crisis ecológica. En todos estos casos, las luchas en los conflictos claves serán centrales para la constitución de ese polo popular ecosocialista que necesitamos.

A este respecto, será especialmente importante que la construcción de este proyecto ecosocialista vaya más allá de lo que ha sido el movimiento ecologista hasta el momento. Debe ser capaz de saltar hacia una confluencia en la que el ecologismo sea solo una parte de algo mucho mayor, que incluya sindicatos, ecologistas, movimientos sociales y partidos.

Con qué impulso: horizonte e imaginario alternativo

El horizonte y el imaginario alternativo son los elementos que nos faltan para concluir este repaso a algunas nociones estratégicas para el proyecto ecosocialista. Sin ellos, sería complicado alcanzar el impulso necesario para recorrer este camino. Se trata tanto de vislumbrar un futuro radicalmente diferente y profundamente deseable como de elegir las reivindicaciones a utilizar desde el presente para conectar las luchas con ese horizonte.

Se podría hablar largo y tendido sobre el imaginario de una sociedad ecosocialista, el cual se diferencia por fuerza de aquel mundo de la abundancia sobre el que se teorizaba en el pasado. Se trata más bien de un horizonte en el que la redistribución de la riqueza y de los trabajos ha permitido adentrarse en la crisis ecológica de una forma justa, en la que la planificación económica y ecológica reduce al máximo posible los impactos del agotamiento de recursos, y en el que poco a poco se va reintegrando nuestra sociedad en los límites biofísicos del ecosistema. Dos de los puntos fuertes de este horizonte se encuentran en una redistribución y valorización de los cuidados de la vida y en la liberación de tiempo libre para tener vidas más vivibles. No podemos, en absoluto, minusvalorar los estragos psicosociales que causa la vorágine capitalista, los cuales podrán aumentar a medida que la incertidumbre, precariedad e inestabilidad aumenten. Esos elementos, junto al proyecto político y el horizonte ecosocialista, tienen una gran potencialidad a la hora de crear un imaginario de vida buena, deseable para todas, ampliamente compartido y por el que luchar.

Las luchas y conflictos concretos del presente deben estar siempre conectadas con el horizonte al que queremos llegar. De lo contrario, se cae en la desorientación estratégica y en el camino de la táctica oportunista. Es ese hilo, que siempre debe mantenerse, el que es capaz de impulsar nuevos procesos de lucha política. Y el que, a medida que se consoliden las experiencias y la organización del sujeto popular, se convierte en la soga con la que dar el salto revolucionario en los momentos de ruptura y quiebra. Para alimentar este vínculo, debemos trabajar sobre propuestas que contengan elementos de transformación ecológica, y que al mismo tiempo supongan mejoras para las mayorías. Cada reivindicación, cada lucha y cada conquista debe contener la semilla que pueda germinar en los siguientes conflictos. Debe mostrarse de forma clara cómo nuestro proyecto político supone una victoria material en beneficio de las clases populares desde el primer momento de su aplicación. Por eso, debemos situar en primera línea de nuestras reivindicaciones cuestiones como la creación de miles de empleos estables para sectores cuyas trabajadoras ven su medio de vida en peligro, una movilidad colectiva pública y el acceso garantizado a vivienda y suministros básicos.

A modo de cierre

La apuesta revolucionaria del ecosocialismo gana vigencia a medida que se intensifica la crisis ecológica. Como hemos ido viendo, los pasos y procesos que se deben recorrer no son opcionales, no existen atajos. La urgencia que imponen los tiempos ecológicos puede llegar a hacer dudar sobre la validez de una hipótesis de transformación como la aquí presentada. Ante ello, en primer lugar, debemos recordar que la historia nunca avanza en línea recta, y que en momentos de inestabilidad se dan saltos, quiebros y rupturas que hacen que las posibilidades que antes parecían inimaginables se muestren alcanzables. En segundo lugar, creemos que son justamente la urgencia y la magnitud de la crisis a la que nos enfrentamos las que nos obligan a asumir la tarea de la construcción de un proyecto de estas características. Si el tiempo que tenemos es escaso, no podemos esperar más para llevar a cabo la construcción del bloque popular ecosocialista que sea capaz de proceder a la ruptura con este orden social que nos oprime y destruye el planeta. Eso en ningún caso significa estar esperando bobaliconamente al gran día en el que caiga el capitalismo. Bien al contrario, significa actuar de forma decidida en cada conflicto, cada lucha y cada batalla política del presente. Con flexibilidad táctica y con claridad estratégica.

Por último, no podíamos dejar de mencionar que esta lucha tiene un carácter internacional, y que el sujeto popular, amplio y mestizo, que debe hacer frente a esta crisis también tiene un carácter internacional. De hecho, es probable que veamos cómo muchos de los estallidos, revueltas y crisis orgánicas que hemos mencionado, se desarrollen primero en regiones periféricas o semiperiféricas del capitalismo global. Los éxitos y los avances de tales eventos abrirán posibilidades para el resto.

Juanjo Álvarez y Martín Lallana forman parte del Área de Ecosocialismo de Anticapitalistas

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